Carta de amor febril de D. Quijote a Dulcinea
Surge del manantial del miedo
el anochecer como una tempestad
que sí consuela. Seríamos felices
en cualquier tormento, no obstante;
tú mi luz, y yo el ciego búho asido
a tu arbitrio. Donde reposar la noche
es lo de menos, donde muera la
primavera no importa, aún hay
esperanza en la otra mitad de tus
labios, que imploran hablar de amor,
y tú lo sabes. Porque vivir es a veces
romper con la vida y ayuntar con la
demencia a grito pelado, y respirar
besando, agrandando el cuerpo para
recibir la furia que uno mismo desata
en el horizonte del otro. Y a veces
es parar el reloj; sustanciarse en el deseo,
buscar heridas que nunca cicatricen,
dejar los ojos en blanco, ser soez mientras
abrasa la carne y el demonio te sacia de tus
apetitos más celestiales. Vivir también es
eso que se hace soñando que te lo hagan,
y no hacerlo, es matar la vida arrojando
flores marchitas sobre nuestros cuerpos,
y alimentar la duda de qué ocurriría
sin la cobardía de no parar el reloj
el tiempo suficiente, para poder intentarlo,
al menos...
A veces hay que saber derrotarse
para alcanzar el anhelo, y desterrar
el miedo del cuerpo para poder soñar.
A veces se necesita lo furtivo para ser
libres por un momento, y vivir en paralelo
a la vida, para comprender que vivir
también es eso. Y se llama sexo, amor.
Por eso rabiamos, a escondidas,
e imaginamos nuestros nombres
en la distancia del tiempo, famosos
conocidos por una obra maestra,
y también por nuestros versos;
acero puro candente, orgasmo epistolar,
febril necesidad de acontecernos fornicando
para generar conocimiento, y jadeos y dolor
en cada envestida de intelecto, penetrándonos
el uno al otro sin que importe la voz de
terceros,
porque no habrá recuento de chismorreos,
ni escarnio ni tormento; tan solo tu cuerpo
desnudo y el mío al descubierto: cópula,
lujuria, hambre de sufrimiento, a pelo,
y ambos pidiendo más…
Palpita mi piel, mi amada.
Querer así es como amar a un anónimo
del cual uno aprende su rostro y memoriza
sus manos para convertirlas en sus propias
manos,
y en caricias que son llamas que alimentan la
llama
que nos suelda al deseo de desear y ser
deseados.
Ahora fluimos así, el uno en el otro, en la
distancia,
pero huele igual a cuerpos desnudos y
sudorosos
la estancia donde te imagino rompiendo la
noche
a pedazos haciendo aquello que unos llaman
amor
y nosotros llamamos necesidad…
Ven a esta noche sin miedo, amada, en esta calma
tu
alma es bienvenida si a despertar fuego se
presta
sobre las cenizas de nuestros cuerpos,
en un ritual que se abotona a nuestras complexiones
creciendo en la intermitencia de la piel
sobre piel,
como una intimidad de voces bajo la humedad
y la lascivia del deseo mortal…
Lo sé, así destrozaremos la quimera, pero
hilaremos
las ganas de tempestad con el gozo del
estruendo
y el dolor de un orgasmo clavado en la
respuesta
al otro…
No cuesta tanto soñar, amada, el tiempo
invita a revolcarnos en el lecho de la
distancia,
desnudez contra desnudez, entregados a la
impúdica embriaguez del enigma:
¿Te deseo, o eres tú quién me desea?
©Ventura Panisse
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